jueves, diciembre 14, 2006

Dream a little dream of me

2006.dic. 14



No por ella, por lo que ella pudiera sentir. No le importaba gran cosa
lo que ella pudiera sentir, mientras lo disimulara.
-"Las Armas Secretas" Julio Cortázar-



Entramos en la tienda. Ella y yo. Allí nos encontramos con una mujer de enormes pechos, resaltados por un traje de cintura estrecha y un enorme escote. El vestido era sencillo y provocativo a la vez, y caían sobre sus hombros desnudos mechones de pelo rizado y gastado por el tinte rubio que los vestía.. La mujer, con una sonrisa amable en el rostro, nos intentó vender unas telas, pero nosotras salimos por la puerta de atrás de la tienda. El sol brillaba en la calle, cegador, y me impedía ver con claridad el color de la ropa, distinguir cómo eran las paredes que se levantaban a mi alrededor.


Después de salir del local, recorrimos uno o dos metros, hasta girar en una esquina, y allí estabas tú, sobre ella, jadeando desesperado, moviéndote incesante hacia delante y hacia atrás. Pero no sentías nada, te movías deprisa buscando hallar una satisfacción que no llegaba. Yo te miraba, con una sonrisa paciente en el rostro. Te había visto hacer eso muchas veces... no había amor en el acto, sólo un anhelo egoísta e inalcanzable. Estábamos, ella y yo y ella y tú, sobre una gran plataforma, y en el borde de ésta había un hombre, que os miraba entretenido, como si hubiese pagado por ver el desvarío intento de un loco por volverse cuerdo. Cuando se dio cuenta de que estábamos allí, me miró, condescendiente, y emitió un suave silbido, para hacerte saber que habíamos llegado, y tú levantaste la vista, y en tus ojos había un reflejo de concentrado y decepción, mezclado con un montón de motitas de color marrón más. Me viste, y cuando te diste cuenta de quién era yo, cuando reconociste mi cara, mis ojos, te incorporaste lo más rápido de lo que fuiste capaz, y te terminaste de vestir a la misma velocidad. No te daba vergüenza estar así, pero no te gustaba que yo te viese de esa manera, como a un tigre enjaulado, desesperado por salir y vengarte de quien te había pinchado mientras se reía de ti, de tu impotencia.


Cuando habías terminado de vestirte, te sentaste en el suelo, con las piernas cruzadas y yo me acosté en el suelo, con la cabeza apoyada en tus rodillas. Apoyaste tu mano en mi cabeza y me mirabas a los ojos, mientras pensabas en qué pasaría si me besabas ahora, en la curiosidad que sentías por saberlo. Y yo oía tus pensamientos, tan claros como si me los estuvieses diciendo en voz alta, y me sorprendió porque sabía que tú no querías que yo supiese eso... y mientras lo pensabas, y me mirabas, me analizabas la mirada, mis ojos, tu sonrisa se iba ensanchando poco a poco, y tus ojos brillaban alegres. Como siempre, tu sonrisa me contagió, y yo tampoco pude evitar sonreír, mientras te decía:



-He comido galletas. Si me besas ahora, sabré a galletas.

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