sábado, abril 28, 2007

Cuando...

2007.abr. 28


Te amo...

Cuando haces como que no entiendes mis indirectas

Te amo...

Cuando me esquivas la mirada

Te amo...

Cuando me confesabas tus intenciones

Te amo...

Cuando escribes para ella

Te amo...

Cuando comienzo a olvidarte

Te amo...

Cuando debo mentirte y fingir que no siento nada

Te amo y me arrepiento...

Cuando pienso que todo eso sea tal vez lo que tú deseas

martes, abril 24, 2007

Promesas

2007.abr.24


Prometo...

Que nunca más volveré a quejarme de nada

Que eras, eres y serás siempre los sueños prohibidos

Prometo cazar las libélulas que se esconden en las nubes

Prometo traerte cada noche un millón de estrellas

Prometo que nunca más me verás a tu lado

Prometo que siempre estaré cuando me llames

Prometo escribirte mil y una canciones de amor

Prometo que jamás leerás una nueva carta

Prometo que cerraré nuestra habitación con llave, esta vez para siempre

Prometo que buscaré las verdades en tus miradas, y no volverás a oír mis silencios



Prometo que no volverás a ver tu taza vacía en la mesa, sola, una mañana más

Prometo que te escucharé toda mi vida

Prometo que cada suspiro mio será para ti, si es lo que no quieres...


A cambio sólo pido....




Que vuelvas a sonreír otra vez como siempre
Que devuelvas la luz a tu mirada
Que dejes de querer distanciarte de todos
...o de mi

domingo, abril 08, 2007

Valse

2007. abr. 8

Escuchas la música. Cierras los ojos, haces eso que tanto anhelas hacer. Dejarte arrastrar por la dulce oscuridad que está dentro de ti, esa misma de la que el resto del mundo, la realidad, te obligan a huir.

Cierras los ojos, y te sientes liberada, tu pecho pesa ahora menos, ya no hay tanta angustia en tu garganta, las lágrimas se sienten más libres para salir. Sigues sin saber porqué deberías llorar, y no reír, sigues sin comprender porqué, cuando no sabes qué sentir, te ves obligada a sentirte triste, y sola. Te rebelas ante esa posibilidad, tras años de sumisión. Gritas al viento :¡¡NO QUIERO!!, pero no hay nadie para escucharte gritar, para observar la expresión de triunfo medrada en tu rostro. Piensas que si hubiese alguien más contigo, tu expresión será más segura, más firme... Pero como siempre, todos los sucesos verdaderamente importantes ocurren en la soledad y en la oscuridad de nuestra alma, tras los párpados cerrados de nuestros ojos.

Sigues oyendo el piano. Echas los hombros hacia atrás. Sonríes, y tratas de cantar, de bailar, de un modo lo más extravagante posible, haces ejercicio, comes manzanas...lo haces todo para poder luchar contra esa balanza que no puede inclinarse hacia la alegría porque si, y sin embargo si puede hacia la tristeza. Duras, ¿cuánto? ¿Dos?, ¿tres días? Luego vuelves a ver otra vez eso de lo que intentabas huir sin darte cuenta, y te vuelves a preguntar por qué hace que te sientas tan sola y triste... te lo preguntas, y tratas de buscar la respuesta. Hasta que piensas que tal vez no encuentres la respuesta porque no has formulado la pregunta adecuada; que tal vez es porque NO debes formular ninguna pregunta, simplemente aceptarlo. Y lo haces. Lo aceptas. Y en tu corazón vuelve a emanar una dulce y cálida luz cada vez que lo ves, que lo recuerdas, una luz enorme, brillante, que llena tu pecho por completo de paz, capaz de cegar, pero que no lo hace para no dañar tus ojos. Después te das cuenta de que esa luz no emana sólo de ti, sino que también emana de él, la misma cálida y brillante luz. Te preguntas por qué. Lo miras, y te preguntas también si él sabe que la tiene, esa luz. Piensas en preguntarle, pero no te atreves. Sin embargo sigues observando el brillo. Primero el de él, luego el tuyo, y te das cuenta, de que no son dos brillos individuales, que no empieza en uno y termina en otro; te das cuenta de que esa luz os une, a ambos, de una manera especial, imperceptible, mediante un lazo fuerte, que va más allá del amor, de la amistad, del cariño o de la pasión...

Entonces te sientes alegre. Saltas, bailas, ríes y lloras a la vez. Lo abrazas, hablas con él. Y cuando te contesta siempre te asalta una duda: ¿Y si él no ve el mismo lazo que tú? ¿Y si él no lo siente? ¿Y si no lo llega a sentir nunca? O lo que es peor... ¿Y si realmente no existe ningún lazo, ninguna luz? Tiemblas de miedo ante esa posibilidad, y vuelves a acurrucarte en tu rincón, con los ojos cerrados, incapaz de mirar a las respuestas a la cara, o tal vez incapaz de mirarte a ti misma a la cara. ¿Por qué? No lo sabes.

Pero luego llega él, y te das cuenta de que ya no sientes como antes, que el sentimiento pesa menos, no es tan agresivo y doloroso, y eres capaz de agradecer, y de seguir sin necesitarlo a tu lado constantemente. Era eso lo que necesitabas entender, comprender y aprender. Ahora puedes seguir viviendo.