miércoles, agosto 08, 2007

Duermevela

2007.ago.8


Y fue en ese momento cuando comenzaron a sonar las campanillas de un modo estridente, aterrador. Sus ojos se abrieron muchísimo, sintió el corazón en la boca, y su cuerpo, poseído y paralizado por el miedo como estaba, empezó a segregar adrenalina, y sintió el sudor frío perlando su frente y la nuca.


Trató de averiguar de qué lugar procedía el tintineo cada vez más suave, señal inequívoca de que el peligro se acercaba; pero por más que escudriñaba el aire a través de los árboles deshojados por el incipiente invierno y el viento, no lograba hallar el origen. Así que echó a correr hacia cualquier lugar, rezando por encontrar la linde del bosque. Y a medida que corría por entre los árboles, sentía cómo estos se iban cerniendo amenazadoramente sobre ella, la oscuridad comenzaba a lamer la tierra y el aire demasiado frío se colaba en sus pulmones haciéndola sentir que si escupía ene se instante saldría sangre. La falda larga se enredaba entre sus piernas, y en tres ocasiones se quedó enganchada entre las ramas de algún matorral bajo, haciéndola emitir pequeños chillidos histéricos. Parecía un pequeño animal indefenso a punto de ser degollado.



Y de repente todo se sumió en el más sepulcral y terrorífico de los silencios. Su respiración demasiado agitada y sus pies descalzos pisando las hojas parecían cuchillos rasgando la quietud del aire; y las campanillas habían cesado. La sangre se le heló en las venas y un violento escalofrío recorrió todo su cuerpo. Se paró en seco, desesperada. Con ojos dubitativos observó las copas de los árboles desnudos: ni un sólo pájaro, ni un búho acechando por un ratón. Sólo el silencio inundaba el mundo.







Y entonces un maullido.
























Se sintió morir.











Los dientes blanquísimos y afilados se exhibían bajo unos labios finos, de color verde mortecino, algo más oscuros que el resto piel. Nariz aguileña y prominente, pero incapaz de oler otra cosa que no fuera el miedo y la huida. Los ojos pequeños y negros se escondían bajo bajo el ala de un sombrero demasiado ggrane y con la punta torcida. No había rastro de cejas. Su cuerpo, enjuto y pequeño, estaba cubierto por uns túnica absolutamente negra, raída en los bajos . No se le veían los pies. Su pelo, escaso, largo y rizado, se escondía bajo el sombrero de una manera descuidada, dejando entrever mechones de pelo canientos, negros, pelirrojos, rubios... Jean sospechó que dentro de poco su cabellera marrón también pasaría a formar parte de la colección.






Se le erizó el vello de todo el cuerpo.






Todo su cuerpo expelía un fuerte olor a azufre, como si se hubiese bañado en él.




Jean lloraba. Tal vez por miedo, tal vez por el fuerte hedor, pero ello provocó que en el rostro de la bruja se dibujase una macabra, llena de placer ante el miedo que emanaba del cuerpo de la chica. Ella parpadeó, y cuando volvió a abrir los ojos la ni el gato ni la marioneta estaban allí.








Sólo quedó de ella el fuerte olor a azufre y miedo en el aire...



























Entonces supo que había muerto.

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